INIO
Tengo ochenta y seis años, nací en el ’34. Tuve más nombres… Mi
padre púsome Baudidinio, pero luego quedome Laudelino, pero por Laudelino no
preguntes, ahora llámenme Inio, na más. Yo soy de la Canga, donde el Corralón,
la Texuca, la Fresnosa… Mi padre era de Carbones de la Nueva. Mi padre trabajó en la mina, pero luego enfermó,
no sé qué enfermedad tuvo; y sacáronlu, y estuvo montando la casa máquines con
los alemanes en la Nueva; y decíen los alemanes, esti señor tien que quedar
aquí porque sabe de too, entiéndelo too, El pozu llamábase San Luis, porque el
ingeniero era don Luis. Luego un hermanu míu entró en la empresa, y como ‘taba
enfermu mandáronlu pa la casa de máquines. Había allí un reloj de unos alemanes
que lu montaron, y estropiose, y ahora quién lo arregla, hay que llamar a los
alemanes. Y el mi hermanu lu arregló, qué te parez; por eso, hay gente… él, que
nunca ‘tuvo con los albañiles, ni con los carpinteros… Nunca estuvo de nada y
sabía de todo. Y esi reloj ahora tovía ‘tá en la casa máquines.
Luego mi pá murió , con catorce fíos, y a mi madre no y quedó
un garrapu.. En casa éramos catorce hermanos. Alguno murió de fame, digotelo
yo. El últimu que murió de siete años tovía lu conocí yo, tendría yo tres años…
Yo era el últimu, cuando murió mi padre
tenía once meses. Por eso yo cuando mamé mi madre tenía mala la leche, y yo
enfermé. Yo era una ampolla de los pies a la cabeza. Y lleváronme a un médicu o
dos y dijeron que me iba… Pero mi madre no tiró la toalla, amigo… Entós llevome a don Cándido a Sama, el médicu
más famosu que había en Asturias. Y dijo mi má, “vengo aquí con esti neñu a ver
si me sirve de algo, pero no puedo paga-y”. Y don Cándido mirome, esti neñu
cúrolu yo; y dio-y a mi madre dos pesetes pa que me diera algo de comer, qué te
paez.
Los mis hermanos, siete fueron muriendo y los otros entraron toos a trabajar, y yo
entré con los albañiles cuando tenía doce años fui a pedir modo, y en la Nueva
empecé en el exterior con catorce años, porque no te dejaben entrar en la mina
hasta que teníes quince años. Entré de guaje, estuve dos años, y dos de los mis
hermanos ya estaben dentro, sacábenme ocho, diez años… A la Canga, andando;
bajabes como nada, y subir era media hora. Trabayar, eso si, como burros, toos
los sábados. Yo entraba a les seis de la mañana y salía a les seis de la tarde,
too el mes, tou el añu. Echaba doscientes cuarenta, doscientes cincuenta hores
al mes, los sábados. De guaje cobraba siete pesetes, y les hores pagábente lo
que querien. De picaor ya ganabes según lo sacaras, si te poníen un ben
promediu.
Resulta que yo entré con un tíu, hermanu de mi madre, que era
vigilante, pero no estaba ná más que pa explotame. Yo diba pa casa y anotaba
les hores y salíenme en el libramientu setenta, ochenta hores menos, y quedábase
él con ello, y no podíes chillar, y yo decía, voy matalu, pero decía mi madre: “Calla, fíu!”, y
a callar.
Fame en casa… No te digo yo que llevaba pa la mina un tortu
poco más grande que esta mano con dos patates frites enriba, y tenía que ‘tar hasta
les seis de la tarde con aquello en bolsu; que bajaba de la Canga y apetecíame
comelu, pero decíame, “hasta les seis de la tarde, muérome, tengo que aguantame”.
En el pueblu había quién tenía un fíu o dos na más, pero mi madre tenía muchos…
Cómo sería que mi madre una vez plantó
unes patates por la mañana y tuvo que desenterrales pa que les comiéramos por
la noche. Yo lo que más me mató fue que un día llegamos yo y el mi hermanu, y
encontramos a mi madre llorando. “Bueno, madre, ¿qué y pasa?” “¡”Toy llorando
porque no tengo qué vos dar de comer”. Eso ye un poco triste… Pa una madre…
Frío, nun te digo ná. Tapábamonos con sábanos de la yerba, y
teníamos los colchones de hoja de maíz, que bueno, aquello tovía era un poco
caliente, fozabes por entre ello… Y echábeste entre ello, y tovía ruxía…
Yo entré en el añu 50. No había seguridad; yo empecé con una
boina, como too el mundo, y alpargates. Como te cayera un costeru, la boina no
valía pa ná. Grisú, gas, a pandiar, eren los peores pozos pa el gas, esti y la
Camocha. Conmigo matáronse dos o tres, eso conmigo. Pero accidentes había cada
poco. Llevábamos la lámpara colgando, yo llevaba la mía, el pipote [botijo] de
agua y la lámpara de repuestu, pa si faltaba la del picaor, andando por la
galería. Silicosis, yo libré, siempre estuve bastante bien. Pero gente que
morrió de silicosis, munchos…munchos. En Oviedo tirábense por la ventana muchísimos.
Yo cuando empecé en el añu ’50 no había nada; luego ya abrieron lo de [el
hospital de] Silicosis, y llevábente a Oviedo, y limpiábente pa dos o tres
meses.
La Nueva era un pozu que daba muchu polvo. Yo tuvi suerte que
la mascarilla no la quitaba. Les mascarilles veníen con esponja, había que
mojales pa poneles, y eso era peor, porque esa humedad iba pa los pulmones;
luego ya nos les dieron con filtro, cambiabes el filtro y eso ya valía mucho. Y tocome con les mules, eren males, pero más males
teníen que ser, yeren más listes que… Ya sabíen la hora, qué te paez. Sabíen la
hora que teníen que salir. Cuando enganchabes un tren que pasaba de la hora era
que no se movíen, yera igual que yos dieras de palos. Sabíen cuándo teníen que
salir, como toos. Diben pa la jaula y metíense enla jaula, hermanu… como
paisanos.
La primera guelga fue en el 57, fue muy gorda; pero valió,
porque sacamos mil pesetes más de aquella; y de aquella fue cuando empezamos a
comer un poco curioso. En la Nueva había cuartel, cuando salíes a la plazoleta
del pueblu ya te ‘taben esperando. Si a lo mejor reñíes con un vigilante, a los
guardies. Andabes asi de derechu. De aquella un vigilante era bastante pa
mandate pa la mili. Fue una guelga muy corta, pero dabente palos, y venga. El
pozu Maria Luisa taba arrodiau de guardias; y como nunca había habido ninguna,
meca… Dieron leña a retorcer, teníen que
paralo como fuera. Pero ahí empezamos a prosperar y fue cuando empecemos a
estar bien. Porque antes había comida, pero ‘taba too muy caro. Un litro de
aceite valía cien pesetes, y ganabes tres… Luego de la guelga ya podíes pagar
un poco más curioso, ya empezabes a prosperar algo, tener zapatos en
condiciones.
Los vigilantes eren infames. El vigilante era bastante pa echate
pa la mili. Menos mal que yo libré de la mili por la mina; pero si discutíes
con él, mandábate pa la mili como ‘taba mandao. Los vigilantes pensaben que la
empresa era de ellos. Luego había guardiajuraos, los guardias, había uno que
era el cabu que mandaba too, vivía en les cases donde les oficines de Hunosa, en una vivienda que había arriba; y
mandaben mucho, era el que daba les cases en la barriá, él y un practicante que
también mandaba mucho; él, y el mi cuñau, Camblor. El mi cuñau fue el que me
dio a mí la casa en la barriá. Los guardias llevaben una carabina, pero no era
muy allá. Y hacíen controles pa cachear a la gente pa que nadie se metieran con
tabaco, habíalu que se metía con el mecheru en la mina, pa fumar, y había que
cachealos, porque si prendíen un pitu volábamos todos. Y cacheábente arriba o
en planta. En la Nueva, si estalla el gas como tenía que ser, bajaba el castillete
enteru. ¡Bueno!… funde la Nueva entera.
En el ’67 ya entró Hunosa, y eso fue un cambiu, mejorose mucho
por lo que invirtió en seguridad, poner un vigilante de seguridad, guantes,
pero cuando me dieron el primer par de guantes… ¿quién trabaya con guantes?
Valíen mucho cuando tabes picando, porque el martillu márchate, y dabes contra
el carbón, yo tenía les manes abrasaes. Pa picar, si que valían; pa postiar, garrar
el mangu del hachu, había agua… Un gatu con guantes no caza, yo quitábalos la mayoría
de les veces. Cuando me tocó el primer sábado que no hubo que trabayar, madre
del alma… Yo no lo creía…
Estuve en la Nueva hasta el añu ’70, cuando ya cerró y ya era
Hunosa, pero luego bajáronme a Samuño y ahí estuve catorce años, hasta que me
jubilé. Y cuando marché y empezaron a dame una pensión, yo no lo creía. Tovía
no lo creo ahora… El primer día que no sonó el turullu, no fui capaz a dormir
aquella noche. Retireme en el 83, entós ya no se trabayaba los sábados, si
acasu algún sábado al mes, era Santa Hunosa.
Yo tuve suerte, ´toy pegau a dios, o
algo; yo accidentes nunca tuve, na más un poco… Acuérdome que ‘tuve mancau en
un pie. Subía por el ramplu arriba porque los picadores entraben a les seis de
la mañana y mandáronme trancar porque había que soltar unes pieces, había que
ponese en tira pa bajar la madera. Y de repente soltose, y bajaron les
mampostes, y una pasó junto a mi, pero la otra cayome en un pie… No me lu
arrancó de chiripa. Tireme po’l ramplón abajo, no sé como llegué; pero cuando llegué,
tuve que sentame.
Estuve picando 25 años, y luego tiróseme a la vista, ya lo
llevaba arrastrando desde guaje. Tuve
que ir a un médicu particular, el que yera del seguro, por la empresa, pero
tuve que ir por lo privao, era Muros, de Sama, no sé si lu conoces, estaba en
el Adaro pa la empresa. Entos fui pa la empresa otra vez con un papel que me
dio, y dijo Laurentino Cocaño, , bueno, con esto vas al ingeniero, con el
papel. Y fuimos yo y un chaval de la UGT, fue un sindicalista conmigo, y dizme el ingeniero, bueno, usted con gafes… vas dir pa fuera, pero hay que firmar la
categoría. ¡Y faltábenme dos años pa retirame! Quedeme mirando pa’l ingeniero,
mire qué y digo, usted, en mi casu, ¿firmaría la categoría, pa dos años que me
queden, voy dir pa fuera perdiendo dinero? ¿Usted fadríalo? Quedó mirando pa
mi, no me dijo ni esto. Y dijome, bueno, vaya al capataz, pero el capataz, si
no dijo ná el ingeniero, ¿qué me iba a a facer? Así que no dije ná, marché.…
Pero encontré al capataz, Inio, qué te pasa… esto… Bueno, pa ti tengo yo puntu.
Y púsome con una rozadora, pero con gafes. Pero cuando ‘tas en el fondo sacu,
con aquel calor, humedad, polvo, les gafes tómense toes… Yo taba aburríu. Pasé
dos años amargau con les gafes, pero tuve que aguantar.
Y voy contavos el últimu día que me retiraba yo; por eso digo que conmigo tien que ‘tar un
ángel, o qué se yo… Porque yo el día que me retiré estuve trabajando hasta
última hora, el últimu día, ya en el ’83, con cuarenta y ocho años. Yo taba con
gafes y taba tirando de maquina, y llega el vigilante, Delino, baja ahí mismo y quítame
esa tranca, que va a venir el tren con el relleno, va a venir el postiador. Y
dije yo, el últimu día, hermanu… de aquí p’abajo no paso. Na mas. Marcho, y
encontré al postiador por el camín, Inio, enhorabuena, qué bien, ya marches…
Dejábame siempre el pobre manzanes, naranjes,
colgaes de la tubería pa que les comiese. Salgo, estaba en un bar, y
oigo, cagondiez, matose uno en Carbones. Resulta que era el postiador que se
puso a hacer lo que me había mandao el vigilante.