Esta carta debería ser triste, se
nos acabó la temporada, llega el frío, “the Winter of our discontent”
(vosotros, que sabéis idiomas: “El invierno de nuestro descontento, convertido
en glorioso verano por este sol de… ¿York? ¿Gijón?”), se acabó el carbón, ahora
a atizar con leña, that’s all folks,
ahora a llorar y penar por lo que dejamos atrás.
Pero no, estoy contento, alegre;
no miro atrás, no lamento lo que hemos dejado a nuestra espalda, miro hacia
delante. No pienso en lo que hice, en
esos 7.300 kilómetros, toda una barbaridad. Miro a los 7.300 kilómetros (o
más…) que me esperan en 2018,les fartures que nos vamos a dar, los buenos
momentos que nos esperan, lo mucho que nos vamos a reír el año que viene.
Mañana limpiar la burra, aceite a la cadena… y hasta el 01-01-2018.
Porque nos hemos reído, y mucho y
bien, en el Grupo. A carcajadas, a mandíbula batiente, nos hemos reído al
principio de cada salida, las tonterías que hemos dicho en el bar Buenavista,
las paridas a cada kilómetro, las pijadas, los chistes del grupo de whatsapp.
A veces tenía la impresión de que
éramos como esos hippies californianos, un grupo de irresponsables
desharrapados tostándose al sol, sin prisa, como en la marcha de La Fumareda-
La Cruz, qué día más guapo con el sol dándonos de lleno; en otras ocasiones
parecíamos a los Mc Gregor, los pistoleros más rápidos del oeste, a la puta
carrera, como en la marcha al Naranco; y no, no pudimos acabar en el Naranco,
como les parejines que van allí a meter mano, no; teníamos que subir al cristo,
que tien una cuesta de un kilómetro y una curva de raqueta de esas que te dan
la risa floja.
Y también he llorado, o al menos
me he comido las lágrimas (y muchos mocos). La Robla, me mataron los repechos,
jodida Trechura; Ribadeo, jodido asma, si no es por José María me comen los
llobos. Solo lloré una vez de alegría, cuando crucé la meta de la Bilbao-
Bilbao en tiempo, al pensar en mi familia.
Momentos buenos, épicos, el
Naranco, sobreviví al cristo; La Cubilla, con Agustín, parecíamos “Gorilas en
la niebla”; Cotobello, mi homenaje a mi hermano, que trabajó allí y tenía que
apartar los llobos para volver al Land Rover; Les Bories, la gran desconocida;
Colladona,sur; Leitariegos y su increíble descenso de 28 kilómetros; y por
supuesto, Gijón- Covadonga- Arriondas, y MIS Lagos. Y todas las marchas de 90,
80, 100 kms que me hicieron madurar. Para besar al príncipe hay que morrease
con muchos sapos…
Y todo esto no hubiera sido
posible sin VOSOTROS, todos y cada uno de vosotros, sin los colegas del Grupo Ciclista
Buenavista, que me llevasteis en volandas. En 2015 tuve el accidente; en 2016
tuve un mal año en lo personal. Pero vosotros me obligasteis a dejar atrás esta
etapa oscura y a aplicar la táctica ciclista más antigua: apretar un güevu
contra otru. Vosotros me habéis
demostrado que en el GC la palabra “imposible” no existe, y no es solo
palabrería. Rendirse no es opción. No voy a destacar a ninguno, todos vosotros
(y vosotras, Conchi, Natalia, Pili, Ana) me habeis llevado a gancho y no me
habéis dejado quejarme ni un momento, de qué vale quejarse. Solo voy a destacar a Adrián Martínez, mi
personal coach allá en Alemania, inasequible al desaliento; y, bueno, si, tengo
que mencionar a Fernandón, con esas voces que pega, con el palillo colgando.
Fernandón es de sota, caballo y rey, para qué quiere más; pero cuando Nando
habla de ciclismo, o te manda meter la cala, o no dejar de pedalear, o cambiar
las zapatas (de puro respeto las cambié al día siguiente!), firmes y atención.
Y por último, allá en el rancho,
Chus, Chusón, donde estaríamos sin él, sin su organización, sin su devoción al
club (y sin su pedalada indescriptible, y sin su casco como si fuera una boina
terciada), sin su capacidad para organizar viajes. Hay un chiste: Un paisano de
la Calzada traga una moneda de dos euros (¡no me preguntéis cómo, qué coño da
mas), así que la mujer empieza a gritar: “¡Llamai al médicu, llamai al
médicu!”. Hasta que pasa por allí un Buenavista y dice: “No, home, no, llamái a
Chus, que esi saca perres de donde sea”.
Así que, coleguis, nada de
adiós-que-pena, sino un fortísimo HASTA PRONTO.