Pues señor, esto erase que se era
la corte del rey Arturo, que como sabéis tenía doce caballeros a cual más sabio
y más cristiano, y vivían y bebían en su superhipermega castillo de Camelot en
torno a una mesa redonda, y Arturo estaba casado con la maravillosa Ginebra
(no; hoy no toca hablar del supuesto engaño de Ginebra hacia su esposo); y
tenía cada uno su silla, excepto una silla vacía que unos decían que era la
silla de Judas; otros decían que era la silla preparada para la próxima venida
de Cristo. Y todos eran felices, y comían perdices (mira por donde, empezamos
el cuento por el final), y en el reino había perres a esgaya, y todo el mundo
estaba todo el día de folixa, y era una maravilla…
Hasta que un día el rey enfermó.
No era esto ni aquello, pero el rey no se sentía bien, tenía (como dicen en
Cuba) flojera. Y los remedios tradicionales no funcionaban: guardar cama, hacer
dieta, comer mucho, comer poco, tomar caldos… Llegóse allí una legión de
médicos, uno tiraba, el otro encogía, uno pinchaba, otro rajaba, otro sangraba,
uno miraba el pipí, otro miraba el popó… Pero el rey no mejoraba. Hasta que
llegó un médico con la sotana más verde que negra de puro vieja (no se sabía
cuál era más viejuno: si la sotana o si su propietario), un gorro cuya
procedencia era mejor ignorar, y una barba retorcida y amarillenta. Algunos
decían que se llamaba Meru… Mar… Marlín, Morcín… Acercóse al rey, y tomándole
el pulso adoctrinó:
-
-El rey no sanará hasta que sepa lo que
verdaderamente quieren las mujeres.
Fácil, aventuraron los setenta
sabios del reyno: joyas, casas, pieles, diamantes, las típicas respuestas.
Pero no, ninguna era la correcta,
y el rey no espoxigaba, y el color había dejado sus mejillas, y su voz no se
oía más allá de su propio pecho.
Había que salir, la salud del rey
era la salud de sus vasallos. Si se hundía el rey, todo Camelot se iría con él.
¿Y cuántos peligros no habían pasado juntos rey y caballeros? En peores garitas
habías hecho incontables guardias. ¿No era el rey digno de este último
sacrificio?
Así que de inmediato partieron los doce
caballeros, unos norte, otros sur, unos a poniente, otros al levante… Pero
ninguno encontraba la respuesta. Y poco a poco, abandonados, sucios, puercos,
muertos de sed y de hambre jinete y caballo, los caballeros volvían a Camelot
con la derrota grabada en la cara.
Después de muchos días, Lancelot,
Lanzarote, llegó a una tierra envuelta en brumas y nieblas bajas, una tierra
fría sin sol donde no se oía ni un solo pájaro. Tirando millas, Lancelot llegó
a lo que parecía un cruce de caminos; y allí, acurrucada en la cuneta, había
una mujer envuelta en trapos y refajos cuyo color se había perdido tiempo
hacía. Bueno, vale, una bruja: la mujer más fea que Lancelot hubiera visto
nunca. (Aquí si quieres, amable lector, sólo por tener la paciencia de haber
llegado hasta aquí, puedes hacer tu elección: verruga en la nariz si/no…). La
mujer, casi con desinterés, preguntó:
-
-
¿A dónde va el caballero con tanta lanza?
-
-
Mi rey está enfermo, y para que se cure, voy
buscando sin parar hasta que encuentre lo que verdaderamente desean las
mujeres.
-
-
Ah, bueno, eso… - la mujer sacó una manzana de
la manga y empezó a mordisquearla con los pocos dientes que le quedaban- Bueno,
si sólo es eso… Yo tengo la respuesta.
Entonces Lancelot entró en modo on fire, y sacando la espada
amenazó a la mujer:
- -
¡¡Dímelo enseguida o te mato!!
-
- Bueno, claro que sí, pero si me matas… nunca
sabrás la respuesta…
-
- ¡¡Dime cuánto dinero quieres por esa respuesta
mágica!!
-
- Dinero, dinero… Siempre pensáis en lo mismo… Está bien; si de verdad quieres la respuesta… y tu
rey se cura… tendrás que casarte conmigo…
¡Maldición, aquella brujona,
desposarse con ella!! Pero el rey era el rey, era la última esperanza, y Lancelot
había hecho juramento de fidelidad. Y aceptó. Así que se pusieron en camino,
Lancelot a caballo maldiciendo por lo bajini el maldito juramento, y la bruja
detrás, cantando y con un caminar despreocupado. Y a medida que caminaban iban
dejando atrás la bruma, y aparecía el sol, y los campos volvían a brotar, y cantaben
los pajarinos…
Así que llegaron a Camelot y de
inmediato subieron a la cámara del rey. Y allí, entre sabios y doctores, la
bruja se inclinó sobre la cama del rey y con aire despreocupado dio la
respuesta que salvó la vida del rey:
-
-
Lo que verdaderamente desean las mujeres es
poder escoger por sí mismas.
Y oye, palabra de santo: volvió
la color a las mejillas del rey, y recuperó la voz, y se sentó en la cama
después de mucho tiempo, y caminó un
poco, y coloríncolorado, y ya está.
-
- No, no está- terció la bruja interpelando a
Lancelot- Ahora te tendrás que casar conmigo.
Ay, mamina… casarse con aquella
brujona… hasta que la muerte los separase… Lancelot hubiera preferido
enfrentarse a cien gigantes a la vez. Pero claro, Lancelot era un caballero, y
tenía hecho sus votos, y la lealtad al rey era sagrada, y la palabra dada no se
podía romper…
Así que hicieron boda; pero en
lugar de una espicha o una fiesta de prau, aquello parecía un funeral. Nadie
hablaba, nadie cantaba, nadie reía. En lugar de la enhorabuena, alguno de los
caballeros aprovechaba para susurrarle un pésame al pobre novio, tan guapo como
estaba con sus mejores galas mientras la novia seguía cubierta con sus
despojos.
Y a la hora de ir a la cámara
nupcial… la novia se metió en la cama vestida como estaba y, con su dedo
retorcido, dijo a su nuevo esposo:
-
- Dame un beso…
Y Lancelot llegóse apenas hasta a
cama, suspiró, maldijo su suerte, cerró los ojos, y poco menos que al grito de
“sus y a ellos” (La Chronica de Rerum
Anglorum et Jutorum del venerable
Secundino dicen que verdaderamente exclamó: “¡Con un par!”) depósito un ósculo en la fría piel de la hechicera.
Y de repente, milagro, la mujer
se transformó en la mujer más hermosa que Lancelot había visto jamás, un pibón,
un bellezón (aquí, una vez más, cada lector me pone su propio kit) …
Lancelot, que estaba flipao, sólo
algamó a decir:
-
-
¿Pero qué pasa aquí?
-
- Pues verás- dijo su esposa- hace mucho tiempo
que me cautivó un hechicero y tengo una maldición encima: sólo puedo ser
hermosa por la mañana y fea por la noche; o bien horrible por la mañana y bella
por la noche. Y este hechizo solo se romperá hasta que un hombre me diga las
palabras mágicas que me liberarán para siempre. ¿Cómo quieres que hagamos?
Y entonces, Lancelot, que por fin
se había enterado de algo, dijo las palabras que liberaron a la mujer:
-
-
Escoge tu misma.