Como dijo el abuelo Groucho: "Partiendo de la nada llegaremos a las más altas cimas de la miseria". También recogido por el general Custer: "De victoria en victoria hasta la derrota final"







viernes, 17 de enero de 2020

DE LAS DESDICHAS DEL POBRE LANZAROTE




Pues señor, esto erase que se era la corte del rey Arturo, que como sabéis tenía doce caballeros a cual más sabio y más cristiano, y vivían y bebían en su superhipermega castillo de Camelot en torno a una mesa redonda, y Arturo estaba casado con la maravillosa Ginebra (no; hoy no toca hablar del supuesto engaño de Ginebra hacia su esposo); y tenía cada uno su silla, excepto una silla vacía que unos decían que era la silla de Judas; otros decían que era la silla preparada para la próxima venida de Cristo. Y todos eran felices, y comían perdices (mira por donde, empezamos el cuento por el final), y en el reino había perres a esgaya, y todo el mundo estaba todo el día de folixa, y era una maravilla… 


Hasta que un día el rey enfermó. No era esto ni aquello, pero el rey no se sentía bien, tenía (como dicen en Cuba) flojera. Y los remedios tradicionales no funcionaban: guardar cama, hacer dieta, comer mucho, comer poco, tomar caldos… Llegóse allí una legión de médicos, uno tiraba, el otro encogía, uno pinchaba, otro rajaba, otro sangraba, uno miraba el pipí, otro miraba el popó… Pero el rey no mejoraba. Hasta que llegó un médico con la sotana más verde que negra de puro vieja (no se sabía cuál era más viejuno: si la sotana o si su propietario), un gorro cuya procedencia era mejor ignorar, y una barba retorcida y amarillenta. Algunos decían que se llamaba Meru… Mar… Marlín, Morcín… Acercóse al rey, y tomándole el pulso adoctrinó:
-        
          -El rey no sanará hasta que sepa lo que verdaderamente quieren las mujeres.

Fácil, aventuraron los setenta sabios del reyno: joyas, casas, pieles, diamantes, las típicas respuestas.

Pero no, ninguna era la correcta, y el rey no espoxigaba, y el color había dejado sus mejillas, y su voz no se oía más allá de su propio pecho.


Había que salir, la salud del rey era la salud de sus vasallos. Si se hundía el rey, todo Camelot se iría con él. ¿Y cuántos peligros no habían pasado juntos rey y caballeros? En peores garitas habías hecho incontables guardias. ¿No era el rey digno de este último sacrificio?
 Así que de inmediato partieron los doce caballeros, unos norte, otros sur, unos a poniente, otros al levante… Pero ninguno encontraba la respuesta. Y poco a poco, abandonados, sucios, puercos, muertos de sed y de hambre jinete y caballo, los caballeros volvían a Camelot con la derrota grabada en la cara.


Después de muchos días, Lancelot, Lanzarote, llegó a una tierra envuelta en brumas y nieblas bajas, una tierra fría sin sol donde no se oía ni un solo pájaro. Tirando millas, Lancelot llegó a lo que parecía un cruce de caminos; y allí, acurrucada en la cuneta, había una mujer envuelta en trapos y refajos cuyo color se había perdido tiempo hacía. Bueno, vale, una bruja: la mujer más fea que Lancelot hubiera visto nunca. (Aquí si quieres, amable lector, sólo por tener la paciencia de haber llegado hasta aquí, puedes hacer tu elección: verruga en la nariz si/no…). La mujer, casi con desinterés, preguntó:
-       
          -    ¿A dónde va el caballero con tanta lanza?
-       
          -   Mi rey está enfermo, y para que se cure, voy buscando sin parar hasta que encuentre lo que verdaderamente desean las mujeres.
-       
       -    Ah, bueno, eso… - la mujer sacó una manzana de la manga y empezó a mordisquearla con los pocos dientes que le quedaban- Bueno, si sólo es eso… Yo tengo la respuesta.

Entonces Lancelot  entró en modo on fire, y sacando la espada amenazó a la mujer:
-        -   ¡¡Dímelo enseguida o te mato!!
-           
        - Bueno, claro que sí, pero si me matas… nunca sabrás la respuesta…
-           
        - ¡¡Dime cuánto dinero quieres por esa respuesta mágica!!
-           
       - Dinero, dinero… Siempre pensáis en lo mismo… Está bien; si de verdad quieres la respuesta… y tu rey se cura… tendrás que casarte conmigo…


¡Maldición, aquella brujona, desposarse con ella!! Pero el rey era el rey, era la última esperanza, y Lancelot había hecho juramento de fidelidad. Y aceptó. Así que se pusieron en camino, Lancelot a caballo maldiciendo por lo bajini el maldito juramento, y la bruja detrás, cantando y con un caminar despreocupado. Y a medida que caminaban iban dejando atrás la bruma, y aparecía el sol, y los campos volvían a brotar, y cantaben los pajarinos…

Así que llegaron a Camelot y de inmediato subieron a la cámara del rey. Y allí, entre sabios y doctores, la bruja se inclinó sobre la cama del rey y con aire despreocupado dio la respuesta que salvó la vida del rey:
-        
         -   Lo que verdaderamente desean las mujeres es poder escoger por sí mismas.

Y oye, palabra de santo: volvió la color a las mejillas del rey, y recuperó la voz, y se sentó en la cama después de mucho tiempo, y  caminó un poco, y coloríncolorado, y ya está.
-         
          -  No, no está- terció la bruja interpelando a Lancelot- Ahora te tendrás que casar conmigo.

Ay, mamina… casarse con aquella brujona… hasta que la muerte los separase… Lancelot hubiera preferido enfrentarse a cien gigantes a la vez. Pero claro, Lancelot era un caballero, y tenía hecho sus votos, y la lealtad al rey era sagrada, y la palabra dada no se podía romper…

Así que hicieron boda; pero en lugar de una espicha o una fiesta de prau, aquello parecía un funeral. Nadie hablaba, nadie cantaba, nadie reía. En lugar de la enhorabuena, alguno de los caballeros aprovechaba para susurrarle un pésame al pobre novio, tan guapo como estaba con sus mejores galas mientras la novia seguía cubierta con sus despojos.


Y a la hora de ir a la cámara nupcial… la novia se metió en la cama vestida como estaba y, con su dedo retorcido, dijo a su nuevo esposo:
-  
           -  Dame un beso…

Y Lancelot llegóse apenas hasta a cama, suspiró, maldijo su suerte, cerró los ojos, y poco menos que al grito de “sus y a ellos” (La Chronica de Rerum Anglorum et Jutorum del venerable  Secundino dicen que verdaderamente exclamó: “¡Con un par!”) depósito un  ósculo en la fría piel de la hechicera.

Y de repente, milagro, la mujer se transformó en la mujer más hermosa que Lancelot había visto jamás, un pibón, un bellezón (aquí, una vez más, cada lector me pone su propio kit) …
Lancelot, que estaba flipao, sólo algamó a decir:
-        
         -   ¿Pero qué pasa aquí?
-       
         - Pues verás- dijo su esposa- hace mucho tiempo que me cautivó un hechicero y tengo una maldición encima: sólo puedo ser hermosa por la mañana y fea por la noche; o bien horrible por la mañana y bella por la noche. Y este hechizo solo se romperá hasta que un hombre me diga las palabras mágicas que me liberarán para siempre. ¿Cómo quieres que hagamos?

Y entonces, Lancelot, que por fin se había enterado de algo, dijo las palabras que liberaron a la mujer:
-        
        -   Escoge tu misma.     

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