Aqui teneis a uno que subió Les Praeres tres veces en diez días y no se da un pijo de importancia. Habla asturiano un poco raro, eso si...
Todos están contentos: alcaldes, concejales, hosteleros,
aficionados, péritos (si, señora, la tilde está bien puesta) de caleya y los Siete
Sabios de Grecia, comentaristas, analistas, especialistas, estilistas y
nosecuantistas enterados más. Que si el colorido, que si las etapas, que si
esto ye lo más duro que hay en el mundo, que si se compara con nosé quien…
Dicho esto por gente que nunca se ha subido a una bici y luce atroces barrigas
sidreras. Todo el mundo contento, menos los ciclistas.
No reparan tan acertados críticos en que el firme de las
carreteras ha sido asfaltado la semana antes, que la señalización para los
ciclistas es poca o inexistente (nada, hombre… ponemos un guardia civil a hacer
señales desaforadas con los brazos y ya está). Nadie cuenta los ciclistas que
se caen, alguno, literalmente, al matu (¿qué pasaría en el Tour si uno solo de
los favoritos desapareciera tragado por la vegetación?) ni que el desgaste
físico de los ciclistas es insufrible. No, no vale decir que son superhombres o
que están hechos de otra pasta. Eso pueden ser los diez, los veinte primeros.
Pregunten los leguleyos, si se interesan por los ciclistas, del veinte hacia
abajo, averigüen las consecuencias de llevar el cuerpo al límite tres días
seguidos, analicen la sangre al acabar la etapa de cualquiera de ellos, sangre
negra, sin oxígeno, sin plaquetas. Los
mismos opinadores que, sin saber la diferencia entre el plato grande o el
pequeño, opinan que “la vuelta está muy aburrida. Ya verás cuando vengan a
Asturias". Todo el mundo es docto en ciclismo; pero cuando estamos al volante…
putos ciclistas.
Y todo ello por salir un poco en la tele, lo que decía Andy
Warhol de los cinco minutos de gloria. Lo que no sale en la TPA no existe. Da
igual que sea una antigua pista minera donde había que apartar los llobos para
ir a trabajar, da igual una pista de esquí, que un camín de cabres (¿alguien
conocía el Angliru hace 25 años?) o senda de jabalíes. Y si no es bastante duro el final de etapa en
Los Lagos, pasamos un puerto exigente… dos veces. El ciclismo antes era ir de
aquí a allí, el cicloturismo que practico con mis amigos es salir a divertirse
(y si, a veces, solo a veces, te calientas un poco, a ver quien la tiene más
larga. El Tour de Francia era rodear el hexágono galo, las primeras Vueltas
aprovechaban los pasos de montaña ya existentes. Por algo en Francia tienen nombres eternos
como Tourmalet o Alpe D’Huez. Nosotros tenemos nombres como el Morredero…
Hoy no. Hoy, cuando para inscribirse en una marcha
cicloturista hay que tener una buena chequera, se sientan los alcaldes de turno
a ver quien mea más lejos. Yo tengo un veinticuatro por ciento, yo un veintiséis,
yo tres tramos al gonsumadre por ciento, yo dos pasos al rediosqueloparió por
ciento, yo tengo un observatorio astronómico al ochomilporciento… Y nada,
asfaltamos quice días antes y ya está. Asfaltamos lo que podemos, hasta donde
lleguen les perres, lo que nos deje el presupuesto. Y si los dos últimos
kilómetros están sin asfaltar porque no hay perres, que más da. Seguridad,
cero, vallas protectoras, inexistentes, hay que pagar para ponerlas, hay que
pagar para quitarlas, que más da. Y si una banda armada de cajas de sidra se
echa encima de los corredores, les escupe, le quita el paso para hacerse un
selfie, bueno, eso ye ciclismo, hombre. Y el alcalde ya subió, faltaría más, ya
hizo la foto arriba. Con una bici prestada eléctrica, de esos que tiene un
motorín que no se ve, a ver si crees que el alcalde va a subir el tirapalante
por ciento (sin haber subido tres puertos durísimos antes, claro).
Ah, y si un descerebrado provoca un accidente en la línea de
meta derribando a los seis primeros, no pasa nada. En Francia ya estaría
guillotinado. Aquí seguro que sigue con su credencial, a ver si en lugar de
seis, mañana derriba a doce.
- Bueno, esti ya ye más de aquí.
Y los ciclistas, bueno, hombre, quien son esos, total son de
otra raza. Pues no señor, son deportistas que, cuando están a una hora del
líder, piensan en lo que les queda, sin coche de apoyo, casi sin público,
piensan en la etapa de mañana, más dura todavía. Sueñan con descansar, con
comer, con ropa seca, sin sudor, sueñan con litros de agua. Cuando llega se
desploma, no hay oxigeno en las piernas, hay que ayudarlo a bajarse. Todo para
que un mastuerzo armado de un cubalibre o una botella de sidra opine que “el
ciclismo ya no ye lo que era”. Y si el ciclista rompe, como Kristina Vogel,
tranquilos, que ponemos a otru. Y si sobreviven el daiparriba por ciento, el
añu que bien ya buscaremos algo más duro.
Menos mal que no todo está perdido. El viernes subí un puertaco
(“solo” un Tercera) para ver pasar a los corredores. A mi lado, en la cuneta,
había una niña como de catorce años. Con su fuerte acento extremeño, me contó
que era la primera vez que veía a los corredores tan de cerca, y si era verdad
que tiraban regalos a los espectadores. No, verás, esto no es exactamente así,
entre todos le explicamos el procedimiento. Pero tras pasar los corredores
viene caminando hacia nosotros uno de los asistentes con cuatro bidones en las
manos. Con mi caradura habitual, le pedí, en siete u ocho idiomas, que le diese
una botella a la niña. Y no le dio uno, sino dos. La niña, con una sonrisa de hombro a hombro,
abrió los ojos como dos monedas de veinte euros y le dijo un “gracias” que
resonó como el Truenón de Gijón en todo el valle de Valdesoto. No todo está
perdido en el ciclismo.
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